Silvina Ocampo: una persona disfrazada de sí misma

05/08/2020 22:51

En esta segunda entrega de "La Caja de Pandora", Ana Marangoni repasa la vida de Silvina Ocampo, una descentrada.


Silvina, la hija menor de una familia de terratenientes, nada más ni nada menos que los Ocampo. O tendríamos que decir más bien, Las Ocampo. Las de su generación, todas mujeres. Y tanto ella como su hermana, Victoria, escribirían una parte importante de la cultura de la primera parte del siglo XX.

Se dice de ella que era reservada, extraña, que te descolocaba. A diferencia de su hermana Victoria, directora de la revista Sur, centro de debates culturales del momento, importadora exprés de las tendencias artísticas en Europa, histriónica y sociable, Silvina se mantiene en la penumbra. Ella es la rara, la descentrada, y tal vez, algo retorcida.

Su hermana Victoria, en una reseña en Sur de su primer libro de cuentos, la describe como “una persona disfrazada de sí misma”. Y esa frase nos ayuda a acercarnos a ella y a su literatura, repleta de niñas, niños y personajes que todo el tiempo dislocan la realidad, que la descomponen para transformarla en algo diferente. Hay niños con maldad, hay que decirlo. Una maldad refinada y exquisita. A veces se ríen de los ricos, como en “El vestido de terciopelo”. Otras veces, son personajes difíciles de entender, que pasan del aparente sometimiento a transformarse en extraños peligrosos, como la dulce recién casada de “La casa de azúcar”.

Silvina Ocampo nunca se dijo feminista, pero su literatura le da protagonismo al universo femenino, despojados de heroísmo, y sin victimismos. Las mujeres, en sus historias, pueden ser peligrosas, crueles, amenazantes, casi como ella misma.

Su literatura y el personaje “Silvina” se desdoblan y se funden. Silvina, con un estilo impecable, maneja en ambos registros la seducción, el misterio y la sutileza, justo antes de ser percibida como naif.

Su vida privada es como un cuento con infinitas reescrituras. Hablar de su vida, es también hablar de su matrimonio con Bioy Casares, del que se dirá muchísimo, y con quien pasará el resto de su vida. Dicen que era un matrimonio extraño, poco convencional. Bioy tenía muchas amantes, y Silvina, se las consentía. Silvina tendría lo suyo, pero si Bioy es claro como el agua, con ella, todo es secreto, rumores, vericuetos. Rumores… muchos. Que fue amante de la madre de Bioy, su romance con Alejandra Pizarnik (¿real, o platónico?), aventuras que dejaba entrever a sus amigos con una “persona”, término con el que decidía desterrar una división moral que seguramente le resultaba absurda, un hombre, una mujer, qué más da.

Nuestra Sylvette, como le decía Alejandra era de una rareza singular. “Atraía en ella ese encanto misterioso, casi reticente, de las mujeres vueltas sobre sí mismas, ensimismadas en el descubrimiento de su propia naturaleza. Además, siendo muy inteligente y sin prejuicios, se detenía en las cosas como si fuera la primera vez. Era una mujer extraña y sensual, muy atractiva y distante.” (testimonio del pintor Horacio Butter en la biografía La hermana menor de Mariana Enríquez).

Por eso la recordamos desde su literatura exquisita, que sin forzar ideas se permitió cuestionar desde el asombro y la ironía el mundo que le tocó vivir, como una niña; sin duda, una niña terrible y fascinante.

Escuchá "La Caja de Pandora" los martes a las 18 hs por trilceradio.com.ar