Olga Orozco: combate entre el bien y el mal

07/09/2020 13:10

Este martes pasado, abrimos La Caja de Pandora para acercarnos a Olga Orozco, escritora nacida en 1920 en Toay, un pueblo de La Pampa. A ella le gustaba escribir por las mañanas, con la máquina de escribir sobre sus rodillas, en sus palabras, “como si domara a un potro”.

La poesía de Olga es de las que buscan correr el velo de los misterios de la vida. Ella escribió siempre. Pero sus poemas esperaron su turno para ser publicados. Mientras, trabajó en distintas revistas como periodista. Y, como escribía a veces varias notas por cada entrega, y sobre temas muy variados, sus trabajos se camuflaban bajo innumerables seudónimos. Incluso, muchas de sus notas tenían una mejor recepción bajo la apariencia de una autoría masculina. Algo que hasta hace pocos años era de lo más habitual.

Así se ganaba nuestra descentrada la vida. Nunca vivió de la poesía. Pero nos dejó un legado de 11 libros de poemas y uno de cuentos. Escribir poesía era su mayor propósito en la vida. Sin embargo, la escritura era siempre un registro imperfecto de una experiencia trascendental que iba más allá del lenguaje. Para ella, el poema es “un mapa opaco de un territorio de fuego que el poeta recorre durante la creación poética”. El acto poético, por lo tanto, es una síntesis de algo más completo, y también, de cierto modo, un fracaso anunciado.

Olga era una mujer mística. Religiosa, a su modo. Y la poesía ocupaba un lugar muy importante dentro de un conjunto de creencias. Creía en las visiones, en las premoniciones. Tenía en su casa piedras a las que le gustaba tener cerca. Practicaba el Tarot, hasta que decidió interrumpirlo por haber tenido visiones no deseadas.

La poesía es una vía para ver más allá y trascender, aunque la puesta en lenguaje es apenas una pequeña porción de lo que hay más allá. Una copia incompleta de una experiencia, pero que nos acerca, definitivamente.

En sus poemas, la luz y la oscuridad se encuentran en un combate infinito. “En la oscuridad está lo más profundo” y “la luz es un abismo”, decía ella. Instancias que se complementan entre sí, para ver más allá. Y la escritura es el túnel que las conecta, y las indaga.

Su escritura tiene temas recurrentes. Según ella misma: el tiempo, la memoria, la muerte; acechar más allá de lo visible, ampliar los límites y las posibilidades del yo.

Abro con otras manos la entrada del sendero que no sé adónde da

y avanzo con la noche de los desconocidos.

(¿Dónde llevaba el día mi señal,

pálida en su aislamiento

la huella de una insignia que mi pobre victoria arrebataba al tiempo?)

Miro desde otros ojos esta pared de brumas

en donde cada uno ha marcado con sangre el jeroglífico de su soledad,

y suelta sus amarras y se va en un adiós de velero fantasma

hacia el naufragio.

(“Desdoblamiento en máscaras de todos”)


Falleció en 1999, a los 79 años, luego de ser internada en un hospital. Dejó su casa ordenada, y una prolija carpeta con la siguiente leyenda: últimos poemas. ¿Acaso habría tenido una última premonición?.